Hoy siento que perdí el hoy, y el ayer también. ¿Será porque es martes y trece? No, sinceramente no es eso. Literalmente hablando, hace una semana que veo que estoy perdiendo estos días. Es una cierta inmovilidad que me atacó de pronto. Dicen que el invierno hace que reposemos para restaurar las energías, en parte me revelo un poco contra eso. Me parece que estoy perdiendo mi tiempo, mi vivir. Es embromado pensar así aunque mi razón acepta que hay cierta lógica en ello.
Contemplo el ajetreo de la gente en estos días previos a las fiestas de Diciembre, y me parece que hay un acelero general. Todo empezó cuando a principio de noviembre ya había escaparates adornados para Navidad. Enseguida pensé: “Cómo se adelantaron”. Luego me dije, rebelde como siempre, “yo no voy a armar nada hasta el ocho de diciembre, como es mi costumbre”.
Andando los días los adornos fueron creciendo y creciendo, obligando al transeúnte a detenerse, a elucubrar compras, a planificar cenas, festejos, salidas, ropa para ponerse, comprar pasajes para viajar, arreglar el coche para salir, cambiar los adornos del árbol, ponerse de mal humor de pensar en ir a lo de tal o cual pariente, recorrer negocios, averiguar qué le gusta a fulano o a sultana (o no), de enervarse por tener que invitar a gente con la que no tiene ninguna afinidad, de tener que recurrir a algún ahorro para servir una mesa acorde con la fecha, o reservar mesa en ese restaurante tan especial que nos pondrá a todos en un aprieto monetario.
Tal vez haya perdido yo la ilusión de compartir, pero no, sigo revelándome. No es ésa mi idea de compartir. Estoy convencida que para mí, la idea de compartir es algo más sencillo. Es… ¿qué es?
No necesito tanto despilfarro, claro, hablo desde mi punto de vista. Quiero una cena tranquila con los más allegados. Respetando al que quiera o no quiera venir sin poner a nadie en aprietos.
Quiero una cena que tenga extras, pero que no sea un atiborrarse de cosas que harán tambalear mi presupuesto, y de los que seguramente comeré hasta dos días después.
Una cena en que cada uno tenga la oportunidad de traer y hacer lo que le apetezca, en que nos pongamos de acuerdo en los diferentes aportes al festejo. Aceptando lo traído como el mejor manjar y disfrutando juntos.
Tampoco quiero ir a comer afuera. Quiero disfrutar mi casa con mis amigos y parientes, que está abierta a quien quiera venir… o no... Quiero sacar la vajilla, poner la mesa, que me ayuden mis hijos, mis cuñadas ... o no... y que los mayores sonrían observando el ir y venir, aunque el piso se raye y la moqueta reciba el cabezazo de esa aceituna despistada. Quiero poner el mantel bordado para que se ensucie, ya que no me servirá de mortaja. Quiero que la copa de cristal se rompa en el plato del abuelo para hacerme la cruz en la frente con el vino derramado y que riamos juntos al hacerlo.
Quiero volver a la sencillez del festejo, y, aunque sé que al día siguiente siempre va a haber alguna crítica, quedarme solo con la satisfacción de haber compartido el amor y el verdadero sentido de estas fechas con los que quiero, (valga la redundancia).
Realmente no es que hoy sea martes y trece es que posiblemente no esté en mis trece...
Contemplo el ajetreo de la gente en estos días previos a las fiestas de Diciembre, y me parece que hay un acelero general. Todo empezó cuando a principio de noviembre ya había escaparates adornados para Navidad. Enseguida pensé: “Cómo se adelantaron”. Luego me dije, rebelde como siempre, “yo no voy a armar nada hasta el ocho de diciembre, como es mi costumbre”.
Andando los días los adornos fueron creciendo y creciendo, obligando al transeúnte a detenerse, a elucubrar compras, a planificar cenas, festejos, salidas, ropa para ponerse, comprar pasajes para viajar, arreglar el coche para salir, cambiar los adornos del árbol, ponerse de mal humor de pensar en ir a lo de tal o cual pariente, recorrer negocios, averiguar qué le gusta a fulano o a sultana (o no), de enervarse por tener que invitar a gente con la que no tiene ninguna afinidad, de tener que recurrir a algún ahorro para servir una mesa acorde con la fecha, o reservar mesa en ese restaurante tan especial que nos pondrá a todos en un aprieto monetario.
Tal vez haya perdido yo la ilusión de compartir, pero no, sigo revelándome. No es ésa mi idea de compartir. Estoy convencida que para mí, la idea de compartir es algo más sencillo. Es… ¿qué es?
No necesito tanto despilfarro, claro, hablo desde mi punto de vista. Quiero una cena tranquila con los más allegados. Respetando al que quiera o no quiera venir sin poner a nadie en aprietos.
Quiero una cena que tenga extras, pero que no sea un atiborrarse de cosas que harán tambalear mi presupuesto, y de los que seguramente comeré hasta dos días después.
Una cena en que cada uno tenga la oportunidad de traer y hacer lo que le apetezca, en que nos pongamos de acuerdo en los diferentes aportes al festejo. Aceptando lo traído como el mejor manjar y disfrutando juntos.
Tampoco quiero ir a comer afuera. Quiero disfrutar mi casa con mis amigos y parientes, que está abierta a quien quiera venir… o no... Quiero sacar la vajilla, poner la mesa, que me ayuden mis hijos, mis cuñadas ... o no... y que los mayores sonrían observando el ir y venir, aunque el piso se raye y la moqueta reciba el cabezazo de esa aceituna despistada. Quiero poner el mantel bordado para que se ensucie, ya que no me servirá de mortaja. Quiero que la copa de cristal se rompa en el plato del abuelo para hacerme la cruz en la frente con el vino derramado y que riamos juntos al hacerlo.
Quiero volver a la sencillez del festejo, y, aunque sé que al día siguiente siempre va a haber alguna crítica, quedarme solo con la satisfacción de haber compartido el amor y el verdadero sentido de estas fechas con los que quiero, (valga la redundancia).
Realmente no es que hoy sea martes y trece es que posiblemente no esté en mis trece...
De niño me gustaba la Navidad, comida extraordinaria (un primer plato, presumiblemente cardo, de segundo pollo de los de entonces traido del pueblo y un par de tabletas de turrón).
ResponderBorrarLos villancicos los cantábamos nosotros, no teníamos aparato de radio.
Pero ahora todo se ha masificado, no hay nada nuevo que podamos tener, la poca familia que tengo está muy desperdigada, así que en ocasiones deseo que las Navidades pasen pronto.
Saludos
Yo también soy jubilada.y me pasa igual que el comentarista anterior.
ResponderBorrarEstoy deseando que pasen las Navidades.Pues aunque hago lo posible pasarlo lo mejor que puedo sin que se me note mi tristeza por los recuerdos. Deseo que pasen lo antes posible.
Pepita.
"El Blog de Josefa"
Uno siempre tiene que mantenerse positivo. Besos.
ResponderBorrarGracias amigos por sus comentarios:
ResponderBorrarunjubilado:hermosos recuerdos que por eso mismo hay que alimentarlos con alegría y esperanza
Josefa: Te digo lo mismo, a los recuerdos hay que exprimirles lo mejor para glorificar a los que nos precedieron.
waitin for Godot: Es la única ser positivos, aunque añoremos las formas hay que adaptarse de la mejor manera a lo que viene y siempre desde la alegría por y con los que están. De no ser así por nosotros mismos.
Los envuelvo en un cariñoso abrazo
uy, he publicado un mensaje y no me sale en los comentarios.
ResponderBorrarBueno, que te he añadido a mi blog.
Que me ha gustado tu comentario.
Saludos.
De todas maneras volveré a mirar los comentarios, más adelante, por si la publicación anda retrasada. :))