Los vi en España donde escribí esta reflexión. Ahora también los veo en Argentina. Sé que ellos no son los "dueños" de su negocio itinerante. Vi a los que los colocan en determinados lugares y cada tanto pasan para supervisar y recaudar lo poco o mucho que venden en el día.
Me siento solidaria con ellos, educados y solícitos, a veces insistentes.
Piel negra, cetrina, textura sebácea, ojos oscuros, inquietos, casi tristes dibujados en una esclerótica blanca, fuerte, marcada. Cejas estilizadas en la frente amplia e inteligente que da crecimiento a un pelo tan negro como la piel.
La
nariz corta nace pequeña para agrandarse súbitamente en los orificios abiertos
a inspiraciones que los hacen asombrosamente móviles, como dos sutiles
cavernas. Los pómulos resaltan brillantes, unos labios carnosos y turgentes que
destacan extendiéndose hacia fuera, completan el óvalo y que, sobresaliendo del
contexto general de rasgos muestran generosos dientes que semejan perfectos
rectángulos de blanco puro. Es un rostro noble, que contemplo a diario,
haciendo su trabajo concienzudamente, imagino que habrá llegado a este país con
las mismas ilusiones de todos los inmigrantes: progresar, ayudar a los que
quedaron, forjarse un porvenir, tal vez regresar para iniciar una vida más
promisoria con los suyos.
Al
igual que él, sé de su aislamiento, su sacrificios, su difícil integración, De
su bronca por la incomprensión y la insensibilidad, por ver que otros como él
(o como yo), hacen que la intolerancia a veces sea justificada y entonces
sienta vergüenza ajena por los suyos y su condición de inmigrante. Sé de las
innumerables justificaciones, injusticias y desprecios sufridos. De su soledad
ante el dolor de seres lejanos perdidos y seres lejanos nacidos, de sus
momentos de enfermedad y abatimiento, de aprietos económicos.
Mantén la ilusión... Mantén la esperanza... Mantén el tesón... Mantén la
confianza...
También se de esas nuevas amistades solidarias, empleadores,
arrendatarios, que guardan distancia por meses y meses como probando en una
interminable oposición, en un interminable examen de tu comportamiento, (cosa
comprensible por otra parte), también ellos con su difícil adaptación y a veces
paciencia a nuestras reacciones y comportamientos. Y por sobre todo se como es
sentirse ciudadano del mundo...¿Ciudadano del mundo?.
Se
que se siente extraño entre los suyos y extraño entre los extraños. Extraño en
su tierra y extraño en tierra ajena. También sé de los que con sólo kilómetros
de distancia son extraños en su propia tierra. Estos con más dolorosa
fisonomía. Todos con melancolía de amores, de expresiones de caricias y de
abrazos. Algunos como yo, en el mejor de los casos, con dos fechas de
nacimiento y dos tierras madre, con el corazón repartido, “con el corazón
partío” como dicen las canciones nuevas mezcladas con las antiguas que inundan
de emoción el alma y los ojos.
Con
un titubeante, tímido, temeroso emitir vocablos, fonemas y giros dialécticos
que en el momento más inoportuno no acuden a la mente. Con ese arqueo de cejas
que significa no te entiendo... entiéndeme. Como niños desamparados, impotentes
y desesperados por un entendimiento verbal, intelectual, emocional y humano.
Desde
mi tez blanca, mi nariz recta, mi boca rosada y especialmente desde mi
condición de inmigrante, extiendo mis brazos en un fraterno abrazo de
solidaridad y amor a todo color, olor, sonido, etnia y forma humana. Te
acompaño y te comprendo hermano inmigrante. Somos ciudadanos del mismo mundo,
de este mundo.
Mantén la ilusión... Mantén la esperanza... Mantén el tesón... Mantén la
confianza...