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02 junio 2017

SIMONE DE BEAUVOIR



En La vejez (una obra lucida que no envejece), la pensadora y escritora francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) apunta que la forma en que una sociedad trata a los ancianos dice mucho acerca de sus valores, sus principios y sus fines. Y cuenta que en una aldea de Bali solían sacrificar y comer a los viejos, hasta que se perdieron conocimientos y tradiciones esenciales pues no había quien los conservara y transmitiera. Así, cuando hubo que construir nuevas casas y edificios respetando el estilo y las necesidades del lugar, nadie sabía cómo. Entonces un joven trajo a su abuelo (al que había escondido en el bosque) y, a cambio de que respetaran su vida, éste enseñó a la comunidad lo que se había perdido y olvidado. Desde entonces no se comieron a los viejos, los honraron.
Los viejos fueron jóvenes, así fluye el río de la vida. Por lo tanto tienen mucho para decir acerca del curso de las aguas. Pero los jóvenes no fueron viejos. Sus conocimientos provienen del instante y no de la extensión del tiempo. El instante es fugaz. Hay más para comprender en lo que permanece y tiene raíces (sin raíz no habrá tronco ni follaje) que en aquello que se agota en la inmediatez. 
Que un viejo no entienda del todo las modas, las técnicas, la información abrumadora, coyuntural y perecedera, será siempre menos grave que si un joven no entiende que el mundo no nació con él, que hubo otros forjándolo, conservándolo y haciéndolo girar hasta que él llegara, y que a esos otros les debe atención, paciencia y agradecimiento. Las aguas del río existencial (como todas) corren en una dirección y quien va en ellas pasará inevitablemente por donde otros le precedieron. Vale recordar esto en épocas en que se idolatra a lo joven y lo nuevo sólo por serlo. "No sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos; reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja", dice de Beauvoir. Vejez no es enfermedad, sino una etapa de la vida.
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Artículo extraído de La Nación, fotos de Google