Sei Shônagon, era un apodo, su nombre lo desconocemos, era hija del poeta
Motosuke y se
desempeñaba como dama de la corte de la emperatriz Sadako, se casó
varias veces y cuando la
emperatriz murió, permaneció entre siete y diez años
aún en la corte y, posteriormente, se ordenó religiosa budista. Hasta el final
de su vida vivió errante, manteniéndose gracias a las limosnas.
Bajo el título de "El libro de la almohada" -"Makura no soshi"-, escrito en
el año 996, Sei Shonagon
retrató la vida palaciega, mediante distintos géneros
literarios, en anotaciones y pequeños cuentos
que ilustran sobre la
sensibilidad japonesa. Breves reflexiones sobre aspectos de su vida que
escribía unas pocas líneas cada día, al final de la jornada, justo antes de
dormir.
Su obra, como género literario - zuihitso o “miscelánea” - tuvo
amplia raigambre posterior en Japón.
Encontramos allí numerosas impresiones
personales y poéticas, referidas especialmente al cambio
de estación y a todo
tipo de apreciaciones estéticas.
En sus escritos es muy potente la presencia de la naturaleza, Su texto está
plagado de anotaciones
sobre la floración, el tiempo, la belleza o rareza
del entorno natural. También sobre las mutaciones
inesperadas y repentinas de
esa naturaleza que observa, de las que aprende, y que pone en relación
con
sus estados anímicos y con su propio yo.
"En el tercer día del tercer mes, me
agrada ver el sol que brilla sereno en el cielo de primavera, afirma
en un momento dado. Es entonces cuando florecen los duraznos. ¡Qué espectáculo nos
brindan!".
Por otra parte, la vista del amante se reseña en el libro con una
habitualidad que nada tiene que
envidiar a la pasión francesa por los
escarceos amorosos. No en vano Sei Shonagon apunta:
"Cuando trato de imaginar cómo puede ser la vida de esas mujeres que se quedan en casa,
atendiendo
fielmente a sus maridos, sin vísperas de nada, y que a pesar de todo se
creen felices,
me lleno de desprecio".
Dada su experiencia en asuntos galantes, la autora hace algunas reflexiones
muy jugosas:
"En verdad, el amor que se siente por un hombre depende en
buena parte de sus despedidas.
Cuando salta de la cama, va de un lado para
otro, se ajusta la faja del pantalón, levanta las mangas
de su capa de corte,
o de su traje de caza, se mete sus pertenencias entre su ropa y asegura su
faja
exterior, una ya empieza a odiarlo".
"El libro de la almohada" abunda en listados de cosas "agradables" o
"elegantes" o "inconvenientes",
y trasluce lo importante que era en la Corte
el conocimiento de poemas chinos, sobre cuya correcta
memorización se llegan a realizar encarnizados concursos.
Lo más brillante del libro es la narración de los supuestos retos que el
Emperador de China hizo
al Emperador de Japón. En cierta ocasión, mandó un
leño redondo, lustroso y hermosamente
trabajado, de unos dos pies de largo y
preguntó: ¿Cuál es la base y cuál es la parte superior?
Como no era posible saberlo a simple vista, se consultó a un anciano. Éste recomendó ponerlo
en
la corriente de un río, de modo que la parte que quedara río abajo, la más
ligera, sería la superior.
Además del Makura no Sōshi, compuso la colección de
poemas Sei Shonagon-shu. Es, también,
una de las poetisas del
Ogura Hyakunin Isshu, juego de cartas tradicional en el que son
fundamentales la memoria y los conocimientos poéticos de los
participantes.
Jorge Luis Borges seleccionó, anotó y tradujo la obra con ayuda de María
Kodama.
Octavio Paz, admirado ante la belleza y la transparencia de su
prosa, descubre en ella un mundo
milagrosamente suspendido en sí mismo,
cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una
esfera de cristal.
ANOCHECE
Anochece y apenas puedo seguir escribiendo. Sin embargo, me gustaría dejar
terminadas mis
notas por completo, haciendo un último
esfuerzo.
Escribí estos apuntes sobre todo lo que vi y sentí, en mi
habitación, pensando que no iban a ser
conocidas por nadie. Aunque mis
anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer
malintencionadas e
incluso peligrosas a otros; por eso he tenido cuidado en no divulgarlas.
Pero ahora me doy cuenta de que, así como inevitablemente brotan las
lágrimas, según dice
el poema, del mismo modo estas notas dejarán de pertenecerme.
Un día, el ministro del Centro entregó a la Emperatriz
una pila de cuadernos. La Emperatriz
me preguntó:"
¿Qué se podría escribir en
ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de Historia".
Entonces yo le contesté:
"Si fueran míos, los usaría como almohada". La Emperatriz me
dijo: "Entonces, quédatelos", y
me los dio.
Comencé a llenarlos con
el relato de rarezas sobre hechos del pasado y toda clase de asuntos.
Llené una enorme cantidad de hojas. En mis notas hay muchas cosas incomprensibles.
Si
hubiera elegido temas que las demás personas consideran interesantes o
espléndidos,
o si hubiera escrito poemas sobre árboles, plantas, pájaros o
insectos, los otros podrían juzgar
mis escritos, tendrían derecho a afirmar
"conocemos sus sentimientos".
En otras palabras, la crítica sería
admisible.
Pero mis notas no son de esta clase. Escribí para mi propio
entretenimiento, y apunté únicamente
lo que sentía.
Nunca esperé recibir,
sobre estos escritos casuales, comentarios tan importantes como los que se
dedican a notables libros de nuestro tiempo. Me sorprendo cuando escucho
cómo los lectores
aseguran que se sienten apabullados ante mi trabajo. Pero
es natural que actúen así:
conozco la mentalidad de aquéllos que hablan bien
de lo que detestan, y critican lo que les gusta.
Por eso todavía lamento que
hayan leído mi libro.
Sei Shonagon, con un lenguaje refinado, a veces cínico e incluso pueril, nos
devuelve siempre un incisivo retrato del modo de vida y las costumbres
japonesas de su tiempo. Abundan las enumeraciones de cosas:
COSAS QUE EMOCIONAN
Pichones de gorrión.
Pasar por un lugar donde juegan niños de pecho.
Ver un espejo extranjero con su luna manchada.
Una persona de alta
condición detiene su carroza, y ordena a su sirviente que solicite una cita.
Encender un incienso muy bueno, y acostarme sola.
Lavarme el cabello,
maquillarme y vestir ropas perfumadas.
En este caso me siento feliz y noble,
aun cuando nadie me observe.
Una noche que espero a mi amante, al escuchar
el ruido de la lluvia en mi puerta y el golpeteo del viento,
sin motivo y de
repente me sobresalto.
COSAS ODIOSAS
Tengo prisa y mi visitante me impide partir al quedarse charlando. Si es
alguien sin importancia, me
desembarazo de él diciendo: "Me hablará de eso
la próxima vez", pero si es de esas visitas que
merecen mi mayor cortesía,
la situación se torna verdaderamente odiosa.
Encuentro un cabello pegado al suzuri (piedra en que se frota la barra de
tinta, y se moja el pincel)
en el que estoy frotando mi sumi (barra de
tinta) o arena depositada en éste, la cual produce un ruido desagradable, chirriante.
Un hombre sin ningún encanto especial discute sobre toda suerte de temas al
azar, como si lo supiera
todo.
Odio el espectáculo de los hombres borrachos que gritan, se meten los dedos
en la boca,
se mesan las barbas, y pasan el vino a sus vecinos gritando
"Toma otro poco, bebe". Y tiemblan,
sacuden sus cabezas, desfiguran sus
caras, y gesticulan como niños que cantaran
"Vamos a ver al gobernador".
Vi cómo personas bien nacidas se comportaban de este modo y me repugnó.
Envidiar, compadecerse de la propia suerte, hablar de los otros, mostrarse
inquisitivos por los
asuntos más triviales, ofenderse, insultar sin motivo,
o en caso de haber estado sonsacando
información sobre cierto hecho,
divulgarla después del modo más detallado a otros, como si se
hubiera sabido
todo desde el principio. Odioso.
Alguien nos va a contar alguna novedad interesante, y un bebé empieza a
llorar.
Una bandada de cuervos vuela en círculos con estridentes graznidos.
Un admirador llega en visita clandestina, el perro lo avista y ladra. Una
desearía matar al animal.
He cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar
poco conveniente, y
comienza a roncar.
Un caballero nos visita en secreto, y si bien lleva un eboshi (sombrero de la
época, levantado y
angosto), recela que alguien pueda reconocerlo, tan
aturdido está que al retirarse golpea contra
algo con su sombrero.
Realmente
odioso.
Igualmente irritante es que al levantar la celosía que cuelga a la
entrada de la habitación,
la deje caer produciendo un fuerte ruido. Y tanto
peor cuando es pesada y el estruendo es mayor.
Descuidos como éstos no
merecen perdón. Si se levantan con delicadeza las cortinas, al entrar o
salir,
no ha de producirse el más mínimo ruido. Pero, si nuestros movimientos son
rudos, hasta las
puertas de papel se torcerían y chirriarían. Hay que
levantarlas apenas y empujarlas de modo que se
deslicen silenciosamente.
Me he acostado y estoy por adormecerme, cuando se presenta un mosquito, con
estridente zumbido.
Y hasta me parece sentir la corriente que levanta con
sus alas. Aún sabiendo que es un ser insignificante,
lo encuentro
detestable.
Un caballero que va solo en su carruaje para ir a una procesión o algún otro
evento. ¿Qué clase de
hombre es? Aun sin ser un individuo de rango muy alto,
bien podría llevar a algunos muchachos
ansiosos por asistir al mismo
espectáculo. Pero no, se instala solo –pues puedo distinguir su silueta
a través
de las cortinas– con aire de ensimismamiento, y se reserva todas sus
impresiones.
Un carruaje pasa rechinando. Me irrita pensar en sus ocupantes que no se
percatan de eso. Si yo
viajara en un carruaje ruidoso, detestaría no sólo el
carruaje sino también a su dueño.
Estoy escuchando absorta un relato, y de pronto alguien se entromete
intentando probar que
es la única persona ingeniosa de la reunión.
Aborrecible persona. Como lo son también quienes,
niños o adultos, intentan
adelantarse dando empujones.
Estoy contando una historia sobre los tiempos antiguos, y alguien me
interrumpe para agregar un
detalle que casualmente conoce, el cual da a
entender que mi versión es inexacta.
Abominable proceder.
Algunos niños han venido de visita a mi casa. Los mimo y les doy juguetes
para que se distraigan.
Los niños se acostumbran a este trato y comienzan a
venir regularmente, y sin pedir permiso entran
en mi habitación y desparraman mis accesorios y objetos. Detestable.
Cierto caballero a quien no deseamos ver nos visita en casa o en palacio, y
simulamos dormir. Pero
una sirvienta viene a avisarnos y para despertarnos
nos sacude, con una mirada de reproche por
nuestra pereza. Sumamente
odioso.
Un novato se pone a la cabeza de un grupo, y con mirada vivaz, establece la
norma e impone su
parecer sobre todos. Aborrecible.
El hombre con quien estoy viviendo una aventura alaba a otra mujer. Incluso
si se trata de una relación
del pasado, es desagradable. Cuánto más si
todavía la sigue viendo. Aunque a veces creo que no es
tan desagradable.
Una persona que se desea salud a sí misma después de estornudar. En verdad
abomino de todo
aquel que estornuda, excepto si es el dueño de casa.
Las moscas también son odiosas. Cuando vuelan cerca de nuestras ropas,
parecieran estar
agitándolas.
El ladrido de los perros cuando es prolongado y
a coro es de mal agüero y odioso.
Y cómo detesto a los maridos de las nodrizas. No tanto si la criatura que
cuida es una niña, pues
en este caso el hombre toma su distancia. Pero si es
un varón, actúa como si fuera el padre, y sin
permitir que el niño se aleje
de su lado, insiste en controlarlo todo. Mira a los otros servidores de
la casa
como si fueran menos humanos, y si alguno intenta regañar al infante, lo
desacredita ante el
amo. A pesar de su conducta ignominiosa, nadie se atreve
a acusarlo, de manera que camina a
grandes zancadas por la casa, con un aire engreído y vanidoso, dando órdenes a todo el mundo.
Un hombre sin ningún encanto especial habla de modo afectado y adopta poses
de elegante.
Cortesanas deseosas de estar al tanto de todo.
Muchas veces, sin motivo, alguien me desagrada, y tiempo después hace algo
detestable.
Un amante que se retira en medio de la noche se vuelve para decirnos que
olvidaba su abanico
y papel. "Los he puesto por algún lugar anoche", dice.
Y, a pesar de la oscuridad total, camina a
tientas por la habitación,
golpeándose contra los muebles y rezongando.
"Extraño. ¿Dónde diablos podrán
estar?". Hasta que por fin los encuentra. Se mete el papel en el
pecho con
crujido, y abre con brusquedad su abanico, aventándose con movimientos
bruscos.
Recién entonces se decide a partir. ¡Qué proceder falto de gracia!
Odioso resulta un calificativo
demasiado suave.
Igualmente insufrible es el hombre que, al irse en medio de la noche, se
demora atando el cordón
de su sombrero. Acción innecesaria, pues bien podría
marcharse encasquetándose el sombrero
sin amarrarlo. ¿Por qué pierde el
tiempo arreglándose la capa? ¿Piensa acaso que alguien puede
llegar a verlo a
esas horas de la noche y criticarlo por no estar impecable?
Un buen amante se conducirá con elegancia tanto en la oscuridad como en
cualquier otro momento.
Se deslizará de la cama con una mirada de
consternación. La mujer suplicándole: "Vete, amigo, está
aclarando. Nadie
debe verte aquí". El lanzará un hondo suspiro revelador de que la noche no ha
sido
suficientemente larga y que abandonar a su dama lo hace sufrir. Ya de
pie, no se vestirá de inmediato,
sino que acercándose a su amada, le
susurrará todo lo que ha quedado sin decir durante la noche.
Inclusoya
vestido, se demorará ajustándose el cinturón con gestos lánguidos. Luego
levantará la
celosía y permanecerá con su dama de pie junto a la puerta,
diciendo cuánto lamenta la llegada del
día que los apartará, y huirá. Verlo
partir en ese momento será para ella uno de sus más deliciosos
recuerdos.
La elegancia de la despedida influye enormemente en el apego que tengamos por
un caballero. Si salta
de la cama, ronda por la habitación, se ajusta
demasiado el cinto, se arremanga y se llena el pecho
con sus pertenencias,
asegurando enérgicamente su cinturón, comenzamos a odiarlo.
COSAS ENCANTADORAS
-Los objetos que se utilizan al jugar con muñecas de
papel.
-Arrancar las hojas pequeñas de un loto que flota en el
estanque.
-Las hojas de la malva pequeña son también deliciosas. Cualquier
cosa, si es diminuta, resulta grata.
-El rostro de un niño dibujado en un
melón.
-Un pequeño gorrión que viene saltando al imitar alguien el chillido
de un ratón.
-También es delicioso cuando al atar a un gorrioncito con un
hilo, sus padres le traen insectos o
lombrices y se los entregan en el
pico.
-Una niña a la que están cortando los cabellos como a una monja, de
manera que los ojos quedan
cubiertos, despeja su cara sin usar las manos,
inclinando su cabeza a un costado pues quiere ver algo.
Realmente encantador.
-Ver los tasukigake blancos y limpios de las niñas, ¡qué
agradable sensación!
-Un paje de Palacio, todavía muy joven, camina con
traje de ceremonia.
-Pollitos blancos con largas patas caminan de una manera
graciosa; parecen vestidos con kimono
demasiado cortos, pían muy fuerte, y
van tras las personas o rodean a la gallina. Ver esto es
sumamente grato.
-La flor de clavel silvestre.
COSAS SÓRDIDAS
El revés de un bordado.
El interior de la oreja de un gato.
Crías de
ratón, todavía sin pelo, que salen retorciéndose de su guarida.
Las junturas
de un abrigo de piel, que no han sido todavía cosidas.
La oscuridad en un
lugar que da la sensación de no estar demasiado limpio.
Una mujer poco
atractiva que cuida muchos niños.
Una mujer que enferma y permanece doliente
durante largo tiempo. En el recuerdo de su amante no especialmente devoto de
ella, debe de parecer casi sórdida.
PERSONAS QUE PARECEN SUFRIR
La nodriza que cuida a un bebé que llora de noche.
Un hombre que tiene
relaciones con dos mujeres, y las ve disgustadas y mutuamente celosas.
Un
exorcista, que tiene que habérselas con un espíritu obstinado, espera que sus
encantamientos
surtan efecto de inmediato, pero varias veces frustrado, debe
perseverar, rogando que sus esfuerzos
no acaben convirtiéndose en objeto de
mofa.
Una mujer locamente amada por un hombre absurdamente celoso.
Los
hombres poderosos que sirven en los primeros puestos, y cuya vida ha de ser tan
placentera,
nunca se ven tranquilos.
Las personas nerviosas.
En el último fragmento de sus escritos, dice:
"Aunque mis anotaciones
son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e
incluso peligrosas a otros, por eso he tenido cuidado en no
divulgarlas”
El cineasta Peter Greenaway se inspiró en el Makura no Sōshi de Sei Shōnagon
para la realización en
versión libre de su película “The Pillow Book“, un
film de carácter iniciático en el que Nagiko
-narradora y protagonista- va
contando su proceso de aprendizaje, simbolizado en el pasaje de ser
soporte
de escritura a convertirse ella misma en “pincel”; y que tiene, como etapas
intermedias, el
conocimiento del amor, de la muerte y de la venganza. Hacia
la mitad de la película, se hace una cita
del Makura no Sōshi que, en cierto
modo, la resume:
“Dos cosas no nos han de faltar: las delicias
de la carne y las delicias de la literatura”
Fuentes:
www.elmundo.es
correctoresenlared.blogspot.com.ar
es.wikipedia.org
www.terrazared.com.ar
http://www.revistadeartes.com.ar/revistadeartes36/literatura_sei_shonagun.html |